Hay avances que consideramos consolidados hoy en las sociedades modernas europeas y otras, como el parlamentarismo, las libertades individuales, de pensamiento y expresión, el ecologismo o el feminismo, pero a veces se forman ideologías, partidos o grupos populistas que parten del descontento –casi siempre justificado- de la ciudadanía, lanzan el mensaje que los que se siente perjudicados  desean escuchar, consiguen sus votos y se lanzan a la destrucción de las instituciones.  Jamás hubiéramos creído que el Capitolio de Wahington fuera asaltado de la forma en que lo ha sido, y menos que la sugerencia de la acción partiera de un Presidente que juró defender la Constitución el 20 de enero de 2017. Imposible, como lo de las Torres Gemelas, pero ha pasado.

Aunque este asalto es absolutamente inaceptable y la Justicia debe actuar, creo que merece también una reflexión porque los votantes del Presidente en cuestión y la furia de los asaltantes no ha crecido de forma espontánea, sino propiciada porque son ciudadanos que se han sentido maltratados o dejados atrás por el Estado y sus dirigentes en legislaturas anteriores. Creado el descontento, los populistas actúan para conseguir sus objetivos. Este es el momento para reflexionar y evitar que estas cosas pasen en Europa, donde tanto sabemos de populismo destructores y totalitarismos desde 1920.